Pereira, la ciudad en caos
Quienes hoy lleguen a Pereira, se sorprenderán. La ciudad del esplendor, limpia, cívica, organizada, pujante, llena de trabajadores satisfechos, de familias sonrientes, ha desaparecido.
Pereira hoy, es una ciudad en caos. Una ciudad donde abunda el desempleo -según las últimas estadísticas, más de 52.000 pereiranos, algo así como el 18% de la población en edad laboral, no tiene nada que hacer, laboralmente, en el día a día-. Una ciudad cuyas calles céntricas parecen haber sido objeto de un bombardeo aéreo, hueco tras hueco. Una ciudad cuya principal plaza está dividida en cuadrantes… sí, cuadrante de tinto, de relojeros, de ópticas de icopor, de prostitutas, de falsos indígenas promocionando discos compactos… Una ciudad cuyas dos calles principales, especialmente la octava, no soporta un vendedor ambulante más; con tantas sombrillas que poco a poco ha dejado de recibir en sus andenes la luz solar, en un comienzo, eran diez, luego veinte y ahora, son cientos los vendedores ambulantes que habitan sus andenes desde el parque del Lago Uribe hasta el Parque La Libertad.
Pereira, la del esplendor arquitectónico que se mostraba ante sus visitantes y propios, orgullosa de sus esculturas, especialmente las de Rodrigo Arenas Betancur y de los murales y pinturas de Hernando y Lucy Tejada. Hoy, esas obras artísticas se han convertido en sombra de un pasado esplendoroso. Alguien sabe quien responde por el mantenimiento de las obras artísticas que adornan calles y plazas de la ciudad?
El Bolívar Desnudo, se ha convertido en sitio de reunión de fotógrafos callejeros que anhelan captar una sonrisa para así subsanar sus necesidades, pero también, cuando lo miras detalladamente, se ven las huellas del paso del tiempo, las grietas que poco a poco debilitan su metal, el óxido causado por el excremento de cientos de palomas que allí duermen.
Los murales de Rodrigo Arenas, Hernando Tejada y Lucy Tejada, parecen telones para hacer más pintorescas las ventas ambulantes que se apoyan en estas obras majestuosas, obras que colmaron miles de minutos de laboriosa dedicación de tres de los más grandes artistas plásticos de nuestro país.
El patrimonio arquitectónico, representado en las viejas casonas y edificios de época, poco a p
oco van siendo derrumbados para dar paso a construcciones de poca monta, ya no hay Páramo, la Casa que habitara Luis Carlos González -supuestamente bajo vigilancia del Concejo Municipal- ya no tiene lugar en blanco para hacer más rayones los seguidores del casi extinto Deportivo Pereira; la casona de la calle 25 entre 5 y 6 fue derrumbada esta semana… hasta el momento no tiene ningún aviso de Curaduría alguna que certifique el permiso para hacerlo… en fin.
Y de cultura ni hablar, el ente encargado de ello no muestra interés alguno por rescatar nuestro patrimonio, las expresiones musicales de la ciudad subsisten, en la gran mayoría por amor propio y escasos recursos de sus integrantes y algunos benefactores. No tenemos espectáculos de calidad -la carga en impuestos que la política fiscal de la ciudad tiene para los espectáculos, alejó los grandes eventos que sí tienen Manizales, Armenia, Cali o Medellín-. Nuestros gestores culturales prácticamente no tienen espacio para presentarse y los que existen, propiedad de la ciudad, están en pésimas condiciones locativas y con unas tarifas inalcanzables (el Santiago Londoño, por ejemplo, su tabla tarifaria para grupos culturales sin ánimo de lucro, en espectáculos con boletería, la tarifa oscila entre $1.133.400 y $2.267.000; si por contrario, el espectáculo es sin boletería, la tarifa que aplican es de $907.000 pesos), tarifas que para nuestros grupos culturales, que no reciben ningún tipo de apoyo, es inalcanzable.
Pobre ciudad, acéfala, sin dolientes y con habitantes que ya se resignaron a vivir en una ciudad sin amor propio; que perdió su civismo, su esplendor, su capacidad generadora de empleo y también perdió a aquellos dirigentes que con fuerza “testicular patria de libres tuvieron”(1). Pereira, mi ciudad, tu ciudad…
Luego hablamos del Departamento. Ente en peores condiciones que nuestra ciudad.
(1) L. C. González Mejía, poema Los Viejos.