GENERAL

LUIS CARLOS GONZALEZ, EL SIMBOLO DE PEREIRA

HOY, PEREIRA CELEBRA LOS 100 AÑOS DEL NATALICIO DE DON LUIS CARLOS GONZALEZ MEJIA, VERSIFICADOR NACIDO EN LA CAPITAL DEL DEPARTAMENTO DE RISARALDA, QUIEN NO SOLO NOS DEJO SUS VERSOS, LOS CUALES, CON EL APORTE DE GRANDES MÚSICOS DE LA ÉPOCA SE CONVIRTIERON EN RECORDADOS BAMBUCOS, A CONTINUACIÓN EL TEXTO CON EL CUAL EL DIARIO DEL OTUN, PERÍODICO PEREIRANO RINDE HOMENAJE A ESTE GRAN REPRESENTANTE DE NUESTRA RAZA.

LOCAL
El símbolo de Pereira

Alonso Gaviria Paredes

… y nació en Pereira el 26 de septiembre de 1908. Tiempo después don Florentino y doña Ana Francisca construyeron en la carrera 6a nro. 21-62 casa propia. De ahí en adelante el pereirano Luis Carlos González Mejía se hizo un muchacho escolar y luego enviado a Bogotá para una educación de preferencia. Entre 1908 a 1930 sólo se conservan en el cofre casero de los afectos la actividad faena de provincia. Para esa época la generación dependía de una buena solvencia o ser empleado público. El joven ingresó entonces a trabajar con el Municipio. Simultáneamente y gracias a su original inteligencia el empleado alternaba sus deberes oficiales con escritos literarios. Algunos periódicos en ediciones “extraordinarias” de dos hojas, le permitieron sudar imprenta.

Reconocimientos

No obstante su proverbial modestia que lo llevó a declinar muchísimos homenajes del orden municipal, departamental y nacional, siempre alcanzó a recibir distinciones de la Sociedad de Mejoras Públicas de Pereira, del Concejo de Medellín, de los clubes Rotario y Leones, la “Estrella de Oro” de la Gobernación de Antioquia, la Cruz de los Fundadores de la Alcaldía de Pereira, la Gran Cruz del Departamento de Risaralda, la Cruz de San Carlos del Congreso Nacional y la Gran Cruz de Boyacá de la Presidencia de la República.

Por una inmensa ironía de la vida, Luis Carlos González, el inmortal poeta que siempre manifestó su desagrado por los homenajes, murió en Pereira el 17 de agosto de 1985 en momentos en que recibía el postrero, de parte del Banco de la República, a la edad de 77 años, en medio del dolor de una ciudad que siempre lo admira y considera como su hijo predilecto.

Lasallista
La mecánica automática para hacer versos en serio, poemas de reflexión, actas de humor fino, estrofas para reuniones cívicas, letras que después se hermanaron con la música e hicieron pentagrama nacional, quizás tienen una influencia lejana pero fresca de esas épocas de estudiante en Bogotá. En ese bachillerato Lasallista y rígido, Luis Carlos González Mejía captó con rapidez el repentismo de esas luces inimitables como fueron los libros de la Gruta Simbólica editados en el siglo XIX y semillas frescas del XX. Por esa conducta propia, todas sus construcciones en el lenguaje tienen sello legible y sin alteraciones para una Pereira en todas las edades. Don Luis Carlos nunca utilizó frases prestadas de enciclopedistas universales, ni se subió al andamio de la petulancia académica. Eso sí, conservó la disciplina en el sentido que rigen los signos de puntuación y el nivel de las palabras. Esa es su poesía y prosa que un sector invasor de culturas mira por encima del hombro.

Don Luis Carlos González Mejía hizo gramática a su manera, sin caer en la ridiculez de aficionados. Tenía sus herramientas. Que ciertos poemas llegaran a la instrumentación musical en coros, rondallas, conciertos, fue la magia agradable de la composición; sin embargo, jamás presionó para que los señores de las notas sonoras le pusieran música, ni mucho menos para escalar derechos de autor. Le huía a esos elogios y a los que fueran apareciendo en razón suficiente a su calma tímida para hablar. De ceremonialismos ¡Líbranos Pereira!. La letra para el himno del Departamento del Risaralda fue ganada por concurso y no intrigas palaciegas. Es copia genuina de las aspiraciones regionales de una geografía fraternal mejor. No hay lucha sangrienta ni sacrificio de sus habitantes, ni esa marcialidad que tensa los nervios.

Periodismo

Don Luis Carlos González Mejía hizo periodismo escrito y radial. Debió aclimatarse sin remilgos a su ciudad natal después de ver frustrados sus anhelos de ser un graduado en educación universitaria. De haberlo logrado, hubiese sido uno de los ingenieros en servicios públicos. Los documentos de memorabilia hogareña los conservó hasta cuando la vida le dio poderes. La copiosa correspondencia entrecruzada la conservó por respeto a sus remitentes. Cuando se trataba de alzarse en almas (término poético prestado desde Bogotá), escribía con energía, prudente y el doble sentido lo dejaba a su interpretación. A principios de los años 40 el contador o tenedor de libros de aplicadas cifras fue llamado por la gerencia de las Delegadas (así se llamaban antes las Empresas Públicas de Pereira) como administrador de la Telefónica. Los técnicos alemanes eran muy exigentes y este moderno bienestar de civilización necesitaba un juicioso funcionario.

Gerente
Las jefaturas de personal, las finanzas, los planos de ingeniería, permisos, los trámites de aduana, importaciones, contratación de profesionales y obreros, la Secretaría General de la entidad estuvo en su responsable pensamiento. Una diplomacia hábil para superar el bloqueo de los Aliados hacia la Alemania nazi, proveedora de repuestos básicos, fue su máxima calificación. De ahí que el gerente ingeniero Carlos de la Cuesta le confió al secretario González Mejía, la cuidadosa redacción de documentos de comercio interior y exterior. La discreción para manejar políticas de entendimiento en esas jornadas ideológicas cuando mandaban los contrarios. Con inteligencia, supo salvar esas situaciones.
Para 1956 a 1957 el gerente de ese momento, debió retirarse y ejercer su profesión. En los archivos de las ya Empresas Públicas un bibliotecario encontró varias hojas tamaño oficio con centenares de firmas: trabajadores de base y altos empleados, solicitando la ratificación de don Luis Carlos González Mejía como Gerente General, pues había sido encargado. Era tanto el respeto, admiración, confianza, bonhomía que representaba este subalterno de la autoridad y el deber, que fue designado por unanimidad hasta su jubilación como cuando se deja de leer un poema.

En medio de esa tarea, el Gerente González Mejía no presumió de frases ajenas tomadas del gavetero descrestador, ni latines ni griegos. Era un vocabulario accesible a todos. Sólo el lenguaje común de su querencia con olor a fruta madura, fogón de honradez, filtro de piedra milenaria para agua limpia, devoción de lealtades, dibujante prosista para retratar sus personajes en fila.
Ojalá Ricardo Rendón hubiese hecho versos estilo fototipias y pudiera ser que don Luis Carlos González Mejía hiciera dibujos para reírnos mentalmente de sus damnificados. Versiones esquineras del alero pereirano.

Natalicio
Al saludar este natalicio con cien años encima, hace falta alguien sin vicios ni especulaciones comerciales, pero con buena formación cultural, para estudiar y dejar en libro, la cosecha pensativa del hoy recordado amigo de horas fijas cuando se proporcionaba. Hacerlo tal como el profesor canadiense Kurt Levy con la obra de don Tomás Carrasquilla: “Mi deuda con Antioquia”. El catedrático vino a Medellín y Santo Domingo en Antioquia, para estudiarlo. La persona imparcial y sin prevenciones, ni zalamerías comprometidas, con la autoridad que le confieren sus totales capacidades intelectuales, recorredor autorizado con literatura propia, es el doctor Juan Luis Mejía Arango. Bibliotecario, Director General de Cultura en Colombia y hoy rector magnífico de la Eafit en Medellín, esa fábrica exacta de gerentes para la empresa privada y solidez en el servicio público.

1908-2008 natalicio doble oro con medida de siglo de haber dejado el cordón umbilical y ¡A vivir! se dijo. Don Luis Carlos González Mejía dejó huella legítima. Los antipereiranos dejan es rastro divulgador de mala consciencia.
Queda en sus manuscritos la firma zurriagada, la impecable mecanografía, esos cafés o tintos, el cigarrillo ofrecido (malo para la salud, pero bueno para la tertulia).

Queda en la escribanía hacer algún día dos libros del Centenarista: Tomo 1 con apuntes seleccionados de esos arrestos formidables y otro con el poemario completo, el estampillaje de su humorística, respaldado en sendos discos con voces de declamadores(as) de licencia elocuente en sus gargantas.
La palabra más bella que utilizó como viñeta fue “Espigas” y la más sincera para despedirse: “Yo cumplo”.

 

*Fuente: Sus libros, archivos Empresas Públicas de Pereira, reminiscencias personales del columnista.